La Noche Buena*
En la fría víspera de Navidad, Fulani trabajaba en la tienda de sus jefes. En su aburrimiento otorgado por tareas ya finalizadas, revisaba su teléfono de vez en cuando para entretenerse con las ocurrencias de sus amistades y familiares, todos muy lejos de él. Fulani suspiró sin percatarse de que un cliente acababa de entrar.
— How ya' doing? —preguntó el cliente.
Fulani simplemente bajó la cabeza para saludar. Sabía que la pregunta no requería respuesta. Optó por mirar la computadora y ver si había algo más que hacer. El empleado escuchó los pasos del cliente resonar por la tienda. Otro más que tiene demasiado tiempo en sus manos, pensó Fulani mientras corregía algunos errores que había cometido en su trabajo.
— Cold, ain’t it? —
La voz del cliente llamó la atención de Fulani. Cuando se volteó, vio al hombre mirándolo directamente, esperando que lo atendieran.
— How may I help you? —preguntó Fulani. Su inglés no era el más bello pero se daba a entender.
El cliente hizo una mueca de interés y se acercó más. Entonces se bajó la máscara para hablar.
— That’s some accent you have, man. What country are you from? —
— Y dale que es tarde, —dijo Fulani en un suspiro.
La pregunta, la misma pregunta, una y otra vez. Si Fulani hubiese tenido un dólar por cada vez que le hacían esa pregunta, probablemente podría comprar una propiedad en vez de pagar una renta que aumentaba cada año sin incentivos para él.
— Anything I can do for you? —preguntó Fulani.
— Nah, just browsing. —
¿Para qué carajos viniste entonces? Pensó Fulani. Era la misma estupidez cada día, y en temporada navideña la cosa era peor. El cliente permaneció quieto, mirándolo. Era obvio que este tipo no tenía nada más que hacer.
— Why the long face, man? It’s Christmas! It’s the time for smiles, family and all that. —
El cliente sonrió. Fulani sabía que cuando clientes como aquel sonreían, era para que el empleado hiciera lo mismo y eliminara el velo de la formalidad. Pero Fulani ya estaba harto de ese juego, y hacía mucho que no sonreía para atrás a gente como aquel. Mirando el reloj de manera disimulada, Fulanito vio que le quedaban unas horas antes de salir, por lo que decidió aceptar el espíritu navideño y hablar con toda honestidad.
— My family is back in my homeland, and the only way I can share with them is through a broken phone. I have no time to celebrate because this job doesn’t pay enough. I have to come and work today because we get customers that like to come and just browse. —
Fulani terminó con una disculpa y preguntó una vez más si había algo en lo que podía ayudar al cliente. El visitante, como suele ocurrir, hizo exactamente lo que Fulani predecía: exigió hablar con el gerente por la falta de respeto.
Fulani fue despedido y pasó la navidad preocupado por el dinero, pues necesitaba pagar renta y comida. Le contó a su madre lo ocurrido y se disculpó por no quedarse callado. En lugar de un regaño (los cuales eran frecuentes en familias como las de Fulani), su madre lo consoló y le dejó saber que, sin importar cuán mal están las cosas, Fulani tenía una familia que lo apoyaba. Ella le dijo que él estaba haciendo las cosas bien y que estaba orgullosa de él.
Esto era todo lo que Fulani necesitaba escuchar.
Un año ha pasado desde que Fulani fue despedido. Ahora se encuentra trabajando para otra compañía que es, en esencia, igual a la anterior.
Esto a Fulani ya no le importa. Hay cosas más importantes en su vida.
Cada año, Fulani busca personas como él, alejados de la tierra y la familia que los vio crecer. Cuando los encuentra, Fulani los invita cada nochebuena a su apartamento pequeño y juntos celebran con buena comida, buenas risas y sobre todo, buen coquito. No es un grupo grande pero es más que suficiente para ignorar la lejanía.
Aunque sea por una noche.